Todas las noches
ocurre lo mismo.
Así lleva siendo
desde que guardo recuerdo:
Solo de noche
podía verse en las fachadas
luz cálida tras los visillos.
Yo quería
fagocitar
ese calor.
Y la sangre me hervía,
fundiéndose indistinguibles
paz de cadáver prepuberal
y envidia de impávida amígdala cerebral.
Luchando por localizarse
en algún punto intermedio
entre nirvana y Columbine,
tal pasto de gusanos infantil
creció y perfeccionó su técnica furtiva:
Veinte años pasan ya
desde que empezara a consumirse
esnifando de esas familias
el calor que solo la noche exhibe
a través de la luz provocativa
que los visillos escurren.